La mayor gloria que una ciudad puede tener es la de poseer un hijo en los altares, y esa satisfacción la tenemos en Alcantarilla, compartida circunstancialmente con Murcia, por haber nacido muy de casualidad en la capital el beato Andrés Hibernón en el año 1543. Se sabe que fue en la calle Eulogio Soriano, frente a la iglesia de San Juan de Dios, y en el domicilio de un hermano de su madre, a la sazón Beneficiado de la Catedral y donde se había trasladado María Real, la madre, para pasar unos días, cuando le sobrevino el parto. Andrés fue bautizado en la catedral por el citado sacerdote, siendo obispo de Cartagena Mateo de Lang y papa Clemente VII. Nuestro beato fue hijo de dos vecinos nuestros: Ginés Hibernón, natural de Cartagena, y María Real (conocida como La Buena), natural de la Serranía de Cuenca. Al beato se le impuso el nombre del apóstol San Andrés, que significa varón, hombre fuerte.

Conviene aclarar que, aunque nacido en Murcia, el beato es de Alcantarilla, porque sus padres tenían aquí su residencia y según el derecho civil y canónico, una persona es del lugar donde al nacer sus padres tienen el domicilio. Días más tarde, nuestro beato se traslada al domicilio paterno de Alcantarilla, una modesta vivienda rodeada de un hermoso huerto que poseía Ginés Hibernón, muy próxima a la actual hornacina y placa de mármol en lo que hoy es la calle Beato Andrés. Por tanto, como hemos dicho, por su origen y crianza es considerado Hijo de Alcantarilla.

Sus paisanos, que fuimos de niños a este barrio de Alcantarilla conocido popularmente como el Ranero, cuántas veces hemos oído contar a los mayores de aquel tiempo (años 30 y 40), lo del huerto, la higuerica y el milagro del puchero y la comida tan sabrosa que, después de romperse el recipiente y caer en tierra, el beato recompuso y llevó a su padre, que se encontraba trabajando en la huerta para que éste comiera, y la encontró tan sabrosa.

Aquí en esta casa pobre y sencilla de nuestra huerta de entonces (1534), pasó el beato su infancia y pubertad, hasta la edad de 14 años, cuando marchó a Valencia a trabajar y servir a su tío Pedro Ximeno, hasta los 20 años. A esa misma edad, vuelve a su pueblo y, en el regreso, por el camino, cae en manos de unos ladrones que le roban todo lo que había ganado en Valencia. Después de este viaje ingresa en la Orden Franciscana, en la rama de los Observantes, a los 22 años de edad, en el convento-noviciado de San Francisco de Albacete, perteneciente a la provincia observante de Cartagena.

A los 23 años, termina su noviciado y profesa los votos religiosos el 1 de noviembre de 1557. Seis años después, a los 29, deseoso de más perfección, deja la Observancia Franciscana y pasa a la Reforma de los Descalzos de San Pedro de Alcántara, que tenían el noviciado en Elche (Alicante). Corría el año 1563, un año después de la muerte de San Pedro de Alcántara. Allí, en Elche, tuvo de compañero al futuro San Pascual Bailón, su gran amigo, con el que vivió también dos años en Santa Ana del Monte de Jumilla (Murcia). La vida religiosa del beato Andrés, en su dimensión vertical, tanto en la Observancia como en la Descalzos, nos dicen las crónicas de los conventos en donde moró (Albacete, Elche, Valencia, Villarreal, Jumilla, Murcia y Gandía), que tuvo una gran devoción a Cristo Crucificado, a la Eucaristía y a la Virgen María en su Inmaculada Concepción. La dimensión horizontal de su vida está marcada por un entrañable afecto a los pobres, a los que socorría siempre; y a sus hermanos de fraternidad, a quienes sirvió con espíritu de sencillez y entrega en los oficios conventuales de cocinero, hortelano, portero y limosnero.

Por fin, lleno de méritos y estimado de todos, murió en el convento de San Roque de Gandía, a la hora predicha por él, el 18 de abril de 1602, a los 68 años de edad y con gran fama de santidad. Los de Gandía le llaman «Beatet» a secas, pero con un cariño y una devoción inimaginable. El cuerpo del beato se conservó incorrupto en la iglesia del convento de San Roque de Gandía, desde su muerte hasta 1936, durante la Guerra Civil, cuando fue profanado y quemado fruto de la barbarie de aquel terrible acontecimiento. Sería el 25 de mayo de 1791, y siendo pontífice Pío VI cuando nuestro paisano es elevado a los altares con la categoría de beato. Toda Alcantarilla vibró cuando llegó la noticia de Roma de tan magno acontecimiento, y a la cabeza del concejo municipal estaba Matías Moñino, que decretó grandes fiestas cívico-religiosas.

Pero tendríamos que llegar al 3 de mayo de 1950, para que en sesión plenaria, nuestro ayuntamiento ­siendo alcalde Fulgencio Pérez Almagro- por aclamación popular le nombra Patrono del Concejo y, por el mismo acuerdo, se coloca su imagen en el vestíbulo principal de la Casa Consistorial, donde ha permanecido hasta su supresión por unas reformas acometidas años atrás. Dicha imagen se encuentra en la actualidad en el convento de San Francisco de Paula. Con su beatificación, su nombre hizo famoso el nombre de Alcantarilla por los continentes donde la orden franciscana estaba extendida. Hasta la reforma litúrgica del breviario se leía en su nota biográfica: «Andrés Hibernón, nacido en Vergilia, ahora Murcia, de noble progenie, pasó su infancia en Alcantarilla con admirable inocencia».

Quizá nunca como en estos tiempos embriagados de grandeza, comodidad y confort, en los que cada vez se va perdiendo más el sentido sobrenatural de la vida y de las cosas, aparece más luminosa y atractiva la figura humilde, caritativa y penitente de nuestro hermano y paisano, el beato Andrés.

Fulgencio Sánchez Riquelme
Cronista Oficial de Alcantarilla