LAS PIEDRAS ANTIGUAS DE SU ENTORNO
La misma huerta, entre ella, la zona que se conserva en Alcantarilla, como lugar cercano a la capital, equidistante, según las viejas crónicas, a un «tiro de arcabuz”, que fuera alquería con puentecico de signo de agua, cuyo nombre árabe la designa como tal, en la raíz de Qantara Asqaba, cual ha sido estudiada por Torres Fontes, y Frutos Hidalgo, más recientemente, aunque se menciona parte de su urbanismo, Noria o Rueda, entonces de madera. Esta, bella estampa paisajística, camino hacia Murcia, pero bordeando los huertos repletos de naranjos y limoneros, junto a pertrechos de bancales envueltos en verdes milagros, suaves, a veces lúcidos en su anagrama de barroquismo, que degustara con la mirada, el autor del «Lazarillo español”, añorando desde la lejanía la presencia del vegetal huertano, como en el medievo lo pudo añorar el mismo Ben Arabí, o W. Al – Bucaira, y donde, desde luego, el artefacto hidráulico, con el acueducto y su serie de arcos, fundamenta ese momento esencial de la recreación, que comporta un estremecimiento vivencial, transportándonos al pasado. Porque cada paisaje asume su proverbial mensaje, a veces catapultado por las siglas del impacto que provoca, que para nuestro viejo huertano cavador, era base de su laborar, pues nosotros nos imaginamos a los ancestrales personajes de nuestra tierra sometidos al vaivén del agua, sintiendo el dolor de la sequía y amenazados por la riada; de siempre fundiendo el sudor de su trabajo, con el rodar de la Rueda, que va levantando el agua de las acequias, por medio de una trama mágica, donde el arcaduz y el cangilón, ajustan sus destinos en esa faena limpia y útil, como si el árabe, hubiera deseado su implantación definitiva en esta tierra; recogiendo el saber del mundo clásico, de esta forma de trabajo, heredado de la cuna de la civilización de los países helenos: el riego tradicional de la huerta, por medio de artilugios hidráulicos expuestos en este recinto.

Lo que significa que la Rueda (que según el «Tesoro de la lengua castellana” de Covarrubias, proviene de rodar, en acción constante de sentido circulatorio, como la misma vida), ha sido y es, un monumento no sólo folklórico, más también elemental, en la forma de vida y de cultura de nuestros antepasados, en el ámbito del clima mediterráneo. De aquí, la conveniencia de conservar por derecho y legado, todas las expresiones típicas del hacer del huertano, donde, la circunstancia misma de nuestra huerta, se incrusta en la vida cotidiana que enlaza a su ámbito ecológico y arquitectónico – semiótico.

Investigar sobre el origen de la Rueda de Alcantarilla, tan estimada por propios y extraños, de la que se ha dicho que es el rostro por el que se conoce a Murcia en el extranjero, puede llevarnos a recurrir al elucidario sin límite; «a fórmulas tan vagas, que sin duda nos hunden más en la incógnita”.

Pues los harapos de los edificios, constituyen su misma gloria y con ello se refiere a la Rueda gigantesca que perfila su rostro al paso, por el Museo de la Huerta, donde el viajero ojea y ha de detenerse, para mirarla, como si se tratara, de dama ataviada con sus mejores galas.
Porque entre su entramado, se aferra la plegaria del musulmán que se entretuvo en Mursiya, en forjar sus cuitas de laborar, entre acequias y meranchos, llevando las arterias venosas del agua al corazón de la huerta, a través de acueductos pétreos y ruedas de madera, hoy casi todas desaparecidas y cuya representación se encuentra en este lugar del Museo de la Huerta.

El descubrimiento de la Rueda, como eje fundamental de nuestra contemplación, se inserta en la nomenclatura del testimonio de un pasado eficaz y de hábitat rústico, cuya construcción hay que advertirla, acaso, en el S. XV, aunque creemos que data de época anterior, como son los arcos, de una longitud de 200 metros aproximadamente, y una altura construida cercana a los 9 metros en algunos pilares, que ocupan su entorno de piedra reconstruida en los Siglos XV y siguientes, pues ya el 10 de Julio de 1.451, … «el Dean de la iglesia de Cartagena Fernando Alonso de Oña, manifestaba al concejo de Murcia..” «.de cómo en término y territorio del lugar de Alcantarilla”, «EL SE DISPONÍA A HACER EN LA ACEQUIA MAYOR DE ALQUIBLA UNA AÑORA QUE SACASE AGUA …”, cuya licencia fue otorgada para: «PONER DICHA AÑORA A LA DICHA ACEQUIA”. Lo que hace lógico pensar, que la obra de construcción del Acueducto de Arcos, fuera de siglos pasados, y la forma de uso, supuestamente realizada, mediante elevación del agua por sistemas artesanos y de empuje con animales.

Si ya, el Deán Fernando Alonso de Oña, interviene junto con el Concejo murciano, en el establecimiento de la «añora”, con el fin de que «sacase agua”, para regar tierras que serían después tuteladas por un Heredamiento, que se ha ido consolidando con actas y Juntamentos precisos; es cierto que su formato era de madera, como las restauraciones en época posterior, de muy distinto tamaño a la que en la actualidad vemos, sin duda, ceñida a unos límites majestuosos, con un entramado colosal que nos evoca, la ejemplar construcción árabe, con supuestas influencias romanas. En efecto, hay fechas reconsideradas y expuestas por el mismo Jorge Aragoneses, en su guía museística, amén de las apuntadas por Frutos Hidalgo, cuya tesis, es ya un monumento, en torno al Señoría de Alcantarilla, e Historia de Alcantarilla, de la Prehistoria al fin del Señorío, como las de 15 de Noviembre de 1.550, en que se remoza el artefacto, así como las fechas de 1.850, observada por Madoz, en 1890 y la vigente de 1.956, esta última de hierro.

Sin embargo, hemos de delatar la potencia, aún de la Rueda y su acueducto, su eficaz compromiso con las tahullas que riega, al socaire de la acequia Alquibla, que es el aliento suministrador del líquido elemento, restos pétreos que ahora son rostro esencial de la imagen del Museo, junto con la Barraca y el Monumento al Huertano, y más aún con la aceña, que le sirve de acompañamiento, con la que simboliza el ademán, de una parábola en honor del privilegio del agua, con el de la huerta, a cuyo contagio se desvela la sustancia del alimento de su habitante, tanto rural, como urbano, cuando la ciudad se come a su paisaje.

Sin duda que la Rueda y su acueducto como basamento arquitectónico, insistimos en el ámbito museístico, sigue siendo: «Como un gigantesco reclamo que obliga a detenerse y a inquirir después”. Como hemos expuesto, desde el S. XV, se ha ido desarrollando, como elemento del hacer labriego, junto a continuas reparaciones en sus bloques sillares. Los arcos, que se instalan en el arcaico acueducto, llegaban durante el pasado siglo, hasta una zona alta, de montículo, allende la carretera que cruzaba de Granada; que por necesidades del Plan de Carreteras, se tuvo que degollar parte del mismo, quedando, al otro lado un detalle majestuoso de arcada, cuya piedra laminar enraizada en ángulo de caserío, recrea la vista, como si se tratara de un escorzo de paisaje anclado en el viejo costumbrismo huertano. Tal es el vigor de la Rueda que asume una personalidad y da pauta al descanso, sirviendo de tema, para propios y extraños, que a su paso por el lugar, no tienen más remedio que pararse y admirarse de este recinto paisajístico.

La gesta de piedra, es la de su misma gloria, que consume el paso del tiempo. Los Arcos, que bordean la Rueda aludida, son estampa de una arquitectura medieval, que en los siglos catorce y siguientes ha congelado una estructura y traza esquemática, como pieza de origen árabe, con influencia romana, perteneciendo la actual al Renacimiento, que ha sido transformada, hasta la que ostenta hoy día su lugar, con corona de 36 cangilones en cada costado circular, con un total de 72 cangilones, con dimensiones de 11 metros de diámetro y 1’90 metros de anchura, que eleva el agua de la Acequia Mayor, a los bancales del paraje de la Voz Negra, a varios kilómetros de su partida en tierras de huerta y secano, pues como recomendaba el tratadista romano Paladio (S. V d. C.), en su «Opus agricultarae” I, XXXIV, las formas de regadío de las diferentes huertas pueden ser muy variadas: «Pero en cualquier caso siempre existe la posibilidad de mantener tierras de huerta, junto a grandes plantaciones de secano”, totalmente coincidente con este lugar en cuestión.

Entendemos que esta zona huertana conforma la entidad paisajística del Museo Etnológico, Antropológico y Costumbrista como muestra perenne de la Historia de la Huerta de Murcia.