Dicho recinto ubicado en zona paradisíaca, nos muestra con acopio de exposiciones y salas que nos indican los valores de nuestra huerta, el flujo de la vieja cultura del labriego cavador. Es un medio necesario para investigar el pasado, y como tal se hizo, tratando de recomponer el sentido de la etnología de la huerta. Siendo pionero en España, se ha ido incrementando, con nuevos aportes a través de la propia acción municipal. Además de la Guía del Museo, del ínclito D. Manuel Jorge Aragoneses; y de dos libros precisos de Diego Riquelme Rodríguez, en torno a su origen y evolución; amén de otros trabajos pormenorizados que intentan difundir su impronta cultural.

El Museo cuenta con esta serie de salas en su interior, dedicadas a los aspectos de aperos de labranza, a la cerámica y trajes huertanos, junto a una biblioteca sobre temas específicos. En tanto que en el exterior queda ubicado el Monumento al Huertano, obra de Anastasio Martínez, recia figura de nuestro labrador; también son visitables la Aceña, la Barraca acaso de lo más típico y curioso donde se puede informar sobre la morada de nuestros abuelos huertanos – con el consentimiento de sus elementos singulares -.

Afamados ingenieros de Canales, Carreteras y Puertos, han quedado admirados al visitar el entramado Hidráulico existente en la periferia del Museo, donde se puede contemplar el ensamblaje de acequias y cauces que componen el punto de distribución de aguas de riego más importantes de la Huerta de Murcia y donde convergen las acequias de Barreras, Turbedal, Dava y Acueducto de la Rueda.

Precisamente este recinto museístico que se ubica junto a la Carretera Nacional hacia Granada, fundamenta su imagen esencial que viene a ser como su tarjeta postal más característica. Pasaporte más elegante y que le da realce en el contorno de los diversos países de Europa, que le visitan.

Su contenido encierra una riqueza impresionante sobre la vida antigua de la Huerta, donde sólo su visita, hace comprensible el conocimiento de las exposiciones. Y es que no deja de sorprender, que puedan observarse, desde aquellos elementos básicos para el trabajo, hasta instrumentos para desmenuzar para limpiar sus acequias, con el clásico «palo de monda”; sin descuidar las «horcas” para la basura; las «sembraderas” de esparto; el «capazón” para la recogida de la simiente y después de esparcir por los bancales, expresando esas sencillas faenas; otras más laboriosas, de allanar la tierra de sus amores, como la «trailla”, pergeñada con madera, a la forma de rastrillo. Sin descartar el famoso «trillo” de cuchillas para triturar la tierra, en la cálida y larga faena de la siega, que el huertano empleaba para filtrar todo tipo de cereales y legumbres, y que le servía junto al «horcón” de la paja, para elevarla a los carros típicos. El «arado” es ejemplo de aquella labor sustancial, con sus piezas tan significativas como el «timón”, «cameta”, «dental”, «reja”, «tarcón” y «ovejeras”, toda una simbología de aquella vida que se nos fue. Y siguen cursando el espacio de la vista, las «melenas” y «frentiles” de las bestias, con lo que aquellas evitaban el roce frenético del «yugo», «uvia” y «apoyaturas” de esparto; sin dejar en menosprecio la «hoz”, «corvilla”, «manopla” y «dedil”, los otros objetos relacionados con la siega, como la «badana” del segador y la «horqueta de aventar”, «palas de trespalar”, sin dejar en el olvido el «trillo de pedernal”, más arcaico y que se conserva en el Museo como pieza destacada. Otras muestras son el «molinillo de trigo”, objeto de mano, para triturar el grano; las medidas de las que se servía el huertano para valorar el peso y volumen, como la «media fanega”, el «cuarterón” y el «celemín” o «medio cuarto”.

Existe todo un variopinto mundo de objetos que nos revelan la presencia ancestral del laborar huertano y de nuestro campesino, como huellas de su pasado, que viven en estas piezas relacionadas con la industria del «cañizo” y del «esparto”, quedando presente el «banco del alpargatero”, donde se hacía ese «calzado tejido de esparto”, tan entrañable, con la mesa de madera de pino rojo, donde se ubicaba la pleita y la tijera grande de este menester.

Otro contenido, lo forma toda esa serie de artesanía doméstica a través del «zafero”, «jofaina” y «palangana”; y los «plateros” con soporte que contiene las fuentes que se «acomodan de forma vertical para que se escurra el agua …”, de ahí el sobrenombre de escurreplatos y donde el artesano platero agudiza su ingenio y fantasía en este arte. Otra cosa es el «toballero” y «cobertero «, que con el «cucharero” y las «jarreras” anotan todo un variopinto conjunto de elementos que formaban parte de la morada del huertano, y donde no podía ser menos la típica y sugerente «jarra de pico”, por donde bebían el agua la novia junto con el novio, en símbolo de fidelidad. Se muestra pues, todo un fondo de objetos caseros, donde el «botijo” con sus variaciones toman y cobran valor propio, el «candil sencillo”, y no digamos los «mozos de sartén” y la «paellera”, o los «cestos” y «salvamanteles”, el «mangual” prosaico y el «mortero de mano”.

Queda patente, en el Museo, toda esa cultura que expresa parte del mobiliario, que es donde se puede mejor situar el sentido de la filosofía vital del huertano, con la distinción básica entre los muebles que forman parte de la cocina, de la alcoba y los que integran la faena agrícola, distinción menuda y que es preciso tener en cuenta. De ahí, la presencia de la silla y sus derivados, la mesa como forma de tablón sobre patas, con dos alas, rectangular y en círculo. El «arcón” conforma el mueble de más categoría, como contenido y eje de la vida doméstica y donde la novia guardaba el «ajuar”; que junto a la «cómoda” y «arquilla”, significan los elementos integradores del alma femenina. Otros objetos domésticos son la «quesera”, serie de «calabazas”, el «pie de artesa”, la «cernera” y «cedazo”, junto a los moldes de la «dulcería” que tanto amaran personajes de nuestro paisaje más querido de la huerta, Vicente Medina y Jara Carrillo.

De la semblanza arabesca del murciano, nos da muestra su típico traje, cuya exposición se inserta, específicamente en una sala del Museo, con las prendas que comprenden el femenino, mucho más variado que el del hombre, ya que la primera presenta la «camisa”, «armaor”, «pantalones”, «cubrecorsé” y «enaguas”, junto al «pañuelo de varé”, la «manteleta”, el «refajo”, «zagalejo” y el «delantal”; prendas de paño «bayeta de lana”, de color rojo o verde, con las «medias de repizco” y las «esparteñas” o «alpargatas” cintadas; todo ello aderezado con los clásicos collares, alfileres de cabeza, sortijas, abanicos, etc. que daban realce a la mujer huertana, sin duda de las más bellas del mundo, atractivas y sensuales como las vio el viajero del pasado siglo Ciro Bayo, a su paso por Murcia. Sin embargo el traje del varón es más escueto, integrado por la «chamarreta” y «calzoncillos”, «chaleco”, «casaca” («yalik”), los «zaragüeles” («sarawil”) y la «montera” y «monteriquia”; sin descartar la «manta o zurrón”, que en algunos puntos geográficos de la Huerta todavía se veían, no hace muchos años como vestuario cotidiano, heredado durante siglos y que nosotros mantenemos sobre el «catre” en la sala de mobiliario de descanso.
Significar, que dentro de la ropa de carácter huertano, el Museo, cuenta con típicos «cobertores” o mantas; cobertura de abrigo para la cama, que la dama mantenía como propio del ajuar en el interior del arcón, que se pergeñaba en los clásicos telares, donde las manos femeninas ponían todo el sabroso hacer en aquellas formas de «orden seguido”, de «centro y cenefa” o los «filias”, con la seda de los gusanos de sus ancestros, que se muestra en una sala del recinto museístico, específica sobre el arte del «Telar”; expuesto a la vista como originariamente se practicaba en el pasado, por ser Murcia Ruta de la Seda del Mundo.

No se descarta, en esta ruta interior por el Museo, el contemplar las vasijas llamadas de basto, en la base de la alfarería; como su serie de botijos para el agua o el aceite, este último que se extrae de la vieja almazara, donde se hace la «molturación” del aceite, que se extrae tras una ceremonia añosa. Vasijas de mejor factura, son los lebrillos amplios y menudos, que nos sugieren la entrañable labor de la mujer en faenas diarias y festivas. Toda una serie de utensilios de menaje en razón de la cerámica y cristalería, con el sesgo de la fábrica cartagenera del S. XIX, de Valarino, donde la jarra y el vaso nos transporta a la antigüedad, experta en este a modo de «soplillo”, de moldear el vidrio, que adorna como lujo y joya los rincones más íntimos del hacer doméstico, y que tanto significaron en el tiempo de la Roma Imperial.

La metalistería, ocupa franco espacio y muy significativas piezas, nos evocan tiempos no muy lejanos, como la serie de «chocolateras”, «cazos de rabo largo”, amén de la presencia de una «bacía”; «almireceros”, «ollas”, «braseros” y el «calentador de cama”, tan usual en las mansiones; al igual «cetras” de tinajas para sacar el agua, y otros muchos utensilios básicos que la huertanica, sabía limpiar con la llamada «arena bruja” y «el limón”.

Es claro, que todos estos elementos que integran la materia museística, forman parte de la cultura de la huerta, que va desapareciendo sensiblemente, pero que gracias a este recinto etnológico se puede ir saboreando quedamente; dándose uno cuenta de todo su mensaje; como el que conforman utensilios para aquellas faenas ancestrales del huertano, realizadas en sus ciclos de estío o invierno referidas a la siega, recogida de la aceituna o de la vid, utilizando estos instrumentos propios y rudimentarios que han sido sustituidos por la nueva técnica, pero que reviven aquí, en el Museo, como las «prensas”, «cojines”, «capachos”, los «cubos” de la recogida de la vid, etc.

Si no fuera suficiente con toda esta variada gama de aspectos de la vieja cultura huertana, también se intenta acoger en el porche previsto para ello, todo lo relacionado con el carruaje y sus artes de labor, en su vario significado, desde la «Galera”, hasta el simple carro de la «mies”, o el del traslado de la nieve, aspecto típico en nuestra Región, (donde existen pozos de nieve, desde tiempo inmemorial en la Sierra de Espuña a 1.600 metros de altitud), cerrándose esta sala con un completo abanico de aperos y utensilios que posibilitan una sugerente y acogedora imagen de nuestra más prístina cultura de la tierra.